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Mirada de maestra.

 

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Veo otro curso escolar finalizar, con la satisfacción de haber acompañado y orientado a mis alumnos en su proceso de aprendizaje, al mismo tiempo que yo iba aprendiendo junto a ellos. Mis alumnos, niños con dificultades de comunicación y lenguaje, son para mí grandes maestros, junto a los que he tenido la oportunidad de ir aprendiendo cada día. Ellos me ayudan a recuperar esa capacidad de asombro por lo que sucede, tan característica de la infancia, que permite disfrutar con intensidad el momento presente, sin centrar la atención ni en el pasado ni en el futuro… Ellos me permiten crecer como persona.

Han pasado ya bastantes años desde que empecé a ejercer como maestra, trabajando con niños que tienen limitaciones muy evidentes, a las que se denomina discapacidades; sin embargo, aunque tengan alguna discapacidad, ellos no son discapacitados; afirmar eso sería decir que no tienen ninguna capacidad. Ellos también tienen fortalezas y habilidades, aunque no sean tan visibles como sus limitaciones. Soy consciente de lo importante que es entrenar bien mi mirada de educadora, para no ver en ellos sólo esas dificultades, sino también sus posibilidades, pues este es el punto de partida que les permitirá desarrollar la autoconfianza y la autoestima, requisitos indispensables para ir avanzando en sus aprendizajes.

Como maestra he ido aprendiendo a fijar la mirada más en lo que son capaces de hacer, que en aquello en lo que muestran dificultad. Pero ser maestra no sólo requiere el entrenamiento de la mirada propia, sino que al elegir este oficio te conviertes en entrenadora de las miradas de otros. Hace ya muchos años que elegí esta hermosa profesión, pero recuerdo con claridad cómo uno de los motivos que me llevaron a hacerlo fue precisamente ése: ayudar a entrenar miradas.

  • Entrenar la mirada de los alumnos: influir en la formación de su actitud ante la vida, de su autoconcepto y autoestima.
  • Entrenar la mirada de sus familias: influir en el ajuste de sus expectativas hacia ellos.

En la familia, que es la primera escuela a la que todos asistimos, aprendemos las enseñanzas más importantes, al principio sentados en el regazo de nuestros padres, que son nuestros primeros maestros. Personalmente puedo decir que, aunque después he estudiado mucho, en ningún libro he encontrado enseñanza más grande que la que mis padres me dieron. Ellos me enseñaron algo fundamental para ser maestra, no lo aprendí en la Escuela de Magisterio, ni tampoco en la facultad de Psicología; ellos me lo habían enseñado antes. Con su palabra, con su ejemplo y actitud, me enseñaron a entrenar mi mirada de niña, tanto la que dirigía a otros como la que me dirigía a mí misma, para enfocarla más en lo positivo que en lo negativo, más en las posibilidades que en las dificultades. Aquella niña se hizo mujer y decidió ser maestra… para ayudar a entrenar miradas. ¡Qué importantes son los padres y los educadores para un niño! ¡Pueden dejar una huella imborrable en su vida!

Dice el doctor Mario Alonso Puig: «Donde ponemos la atención van nuestras emociones, va nuestra energía y se hace siempre más real para nosotros» Lo escuché contar una preciosa anécdota de su infancia, en la que relataba la consecuencia positiva que tuvo para él recordar las palabras de su padre, que le ayudaron a cambiar su actitud y a confiar en sus posibilidades. Lo escuché en una ponencia que considero de gran interés para un educador: «Podemos crear nuestro propio futuro» Quien desee escucharla puede localizar en los primeros minutos cómo relata el Dr. Alonso Puig la anécdota a la que me refiero. Al final nos explica, de forma clara y sencilla de entender, cómo la actitud influye en lo físico, cómo es importante evitar mensajes negativos, de culpa, desesperanza… por su impacto en el cerebro y en los sistemas de defensa del cuerpo.

Como educadores, debemos ser conscientes de la importancia de favorecer en los alumnos/hijos el desarrollo de actitudes que les hagan afrontar sin miedo los desafíos que se les presenten, enseñarles a enfocar bien sus miradas infantiles y a no rendirse ante las dificultades, despertando su alma, su motivación y afán de superación. Se trata de acompañarles y ayudarles en su proceso de crecimiento como personas, que puedan descubrir su verdadero potencial y creer en sí mismos, hasta llegar a afirmar como Mandela: «Yo soy el amo de mi destino, el capitán de mi alma».

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